A mí me ha dejado mal sabor el año pasado, como a todos.
Me pilló marzo con la bicicleta totalmente desmontada, lista para pintar, justo un día antes del confinamiento, con lo que no pude comprar la pintura.
Incertidumbre, agobio... no sé que me pasó, pero como salíamos de una y entrábamos en otra -las noticias no eran nada agradables- el caso es que no sabía ya a qué ratitos iba a poder salir o si tendría oportunidad de pintarla, por lo que de loco, o lo que queráis, compré otra.... y nos volvieron a confinar perimetralmente. Un amigo mío, sabiéndolo, me dijo en broma que no comprara más bicicletas, que igual pasaba algo más.
Nunca me gustó el verano, por el bochorno que hace donde vivo -en Orense sólo salimos en el telediario por lidiar con la máxima temperatura en verano-, tanto que me suponía un suplicio tan sólo el bajar al súper...
Pero, no sé que pasó, que con la bici descubrí que aún cuando salía a las tres de la tarde con casi cuarenta grados no sufría ese calor que me daba andando.
Y ahora que me gustaba el verano.... ¡paf!
Lo que me está frenando ahora es el tiempo que llevo sin salir en bici. El trabajo de mañana y tarde, sólo media hora al mediodía que estoy en casa, y hasta las diez pasadas sin llegar a casa. Es un tema pasajero pero que me agota -no me quejo, que en el 2019 tuve para mí tres meses de verano y salí todos los días-.
Ahora me conformaré si empiezo haciendo 15 km para no quemarme, a poquitos. Me tira para atrás ir por carretera con la mascarilla -creo que obligan a llevarla igual- porque el aire me va a faltar al empezar...
Cuento con empezar a pintar la otra bici este mes que viene. Os pondré unas fotillos del proceso. No hay día que haya dejado de pensar en acabarla.
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